¿Dónde puedo confesar que el sueño no ha vuelto a mis ojos? ¿A quién le puedo confiar los espasmos que mi corazón sufre cada noche en medio del insomnio? ¿Cuándo se terminará la pesadilla de ojos abiertos, la del miedo, la de la tristeza?
Nada peor que la vigilia nocturna para un ser como yo, que se refugia en los sueños y los guarda en cajitas de terciopelo rojo. Nada peor que las manecillas del reloj jugueteando con mi cansancio y mis ansias de romper el embrujo inmisericorde al que me someten entre las sombras y los ronquidos de la mitad del mundo.
Piedad, sueño, ten piedad de esta luna que ha sido tu más fiel servidora durante los últimos treinta y cinco años, de esta luna que dejó de ser serena hace treinta y cinco noches.
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